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11/01/2010

Entrevista a Jorge Semprún / Juan Cruz 11/01/2010

Jorge Semprún (Madrid, 1923) tiene en la raíz de su biografía, que es la de su literatura, la idea de Europa como una herida y como una esperanza. Hablamos con él en diciembre, en su casa de París. El asunto, Europa. España preside la Unión Europea este semestre. Un español, amigo de Semprún, Felipe González, que le tuvo en uno de sus últimos Gobiernos como ministro de Cultura, acababa de decir que Europa es una buena idea, pero, todavía, una mala práctica. No lo decía desde cualquier sitio: ahora González (que esta semana fue invitado por el presidente Zapatero a un "comité de sabios europeos") preside el Grupo de Reflexión sobre el Futuro de Europa, así que lo que dice sobre la UE tiene gran relevancia. Fuimos a hablar con Semprún, el autor de La escritura o la vida, justamente para preguntarle por el porvenir del suelo (¿y del alma?) que pisamos. Es la primera de una serie de conversaciones con europeos relevantes acerca del futuro europeo.

Pregunta. Sabemos qué hay que hacer, dice Felipe González, "lo que falta es voluntad para ponerlo en práctica".

Respuesta. Felipe tiene razón,swiss replica watches sobre todo cuando dice que a Europa le hace falta voluntad política. Esa pregunta, ¿para qué sirve Europa?, se puede contestar de una forma teórica y de una forma pragmática. Voy a empezar por la pragmática.

P. Adelante.

R. Preguntemos a estudiantes con experiencias Erasmus; con los mismos diez euros que gastan al día pueden viajar por toda Europa. Ya no necesitan un visado para viajar. Para ellos Europa es una cosa práctica, es un espacio de libertad y de movimientos. Ahora a esos jóvenes les piden que voten por Europa, y a lo mejor votan en contra porque se hacen una idea falsa o tergiversada. Pero ellos practican Europa. Lo mismo podemos decir de gente de negocios que tiene ahora muchos menos obstáculos para moverse... La Europa como espacio público, como dice Felipe González, de compartir ideas, proyectos, bienes culturales y espirituales, existe. Para eso sirve Europa.

P. ¿Y la respuesta teórica?

R. Europa sirve sobre todo para la paz. No debemos mantener Europa sólo en la reconciliación franco-alemana y, como decía Juan Goytisolo, en "la parejita reproductora franco-alemana". No, Europa es mucho más amplia. Incluso ese binomio de países puede ser contraproducente en cierto momento porque tampoco queremos que Europa sea un condominio franco-alemán. Sería erróneo y peligroso. Pero Europa es sobre todo la paz, la libertad de expresión. Lo que hace Europa es su diversidad y es lo que hay que mantener, porque nadie pretende -y el que lo pretenda es un imbécil- que tenga un idioma, una literatura ni una ideología común.

P. ¿Ni un alma común?

R. El alma de Europa es la democracia, es el núcleo de valores esenciales, todos en torno a lo que llamo, en mi jerga personal-filosófica, la razón democrática. En esa alma entran elementos de la razón crítica griega, elementos judeo-cristianos, árabes... Pero el alma es el núcleo de todos esos valores tan diferentes y cuya diversidad hay que mantener. Por ejemplo, es erróneo, e incluso contraproducente, mantener Europa sólo como un precipitado de valores cristianos. No. Es evidente que cristiandad y Europa se han superpuesto como conceptos en toda una época de la historia, pero ha pasado mucho tiempo desde entonces. El foco es la democracia. Hay una definición de la Comisión Europea que dice: "La única frontera de Europa es la democracia". Ajustadísima.

P. Los minaretes, la presencia de Turquía, los musulmanes que vienen, las relaciones con otros continentes, ¿constituyen una amenaza o Europa es fuerte para integrar todo eso?

R. No es una amenaza, pero a cambio de decir que no es una amenaza, Europa tiene que convivir y acostumbrarse a ser plural desde el punto de vista de las religiones, y ahora la musulmana es una religión importante en Europa. No sólo en Francia o en Suiza, donde se ha producido esta reacción populista [en torno a los minaretes]. Los musulmanes también pueden tener miedo a las iglesias nuevas y a sus campanarios, sembrados a lo largo de toda Europa y que son símbolos de una historia común.

P. No es un peligro.

R. El problema fundamental es comprender que no es un peligro, pero que es un problema nuevo. Conozco más el ejemplo de la emigración en Francia. Pero estoy seguro de que en algunos casos en España puede servir la misma argumentación, porque hay problemas similares. En Francia, el hecho fundamental que diferencia los problemas actuales de la emigración de los problemas anteriores es que ahora la emigración es otra. La emigración de antes eran españoles, portugueses, italianos, polacos... Todos con la misma cultura religiosa, de origen católico-cristiano. La integración se producía a través de unos mecanismos sencillísimos: la escuela, el servicio militar y el trabajo. Hoy la escuela no puede cumplir ese cometido por razones puramente mecánicas.

P. Eso genera tensiones que no había.

R. Siempre recordaré la impresión que me causó una entrevista que le hizo Bernard Pivot al Nobel de Física Georges Charpak. Charpak explicaba que él había llegado de Polonia, con su familia, a los once años. Y el maestro le recibió en clase diciendo que era un niño polaco que no sabía francés, "así que le pongo al lado del primero de la clase, para que entre todos le enseñemos a hablar francés". Acabó siendo Nobel. Hoy eso es imposible, porque ahora son muchos de origen diferente. No digo que sea peor, no entro en juicios de calidad. Pero entre una emigración de origen musulmán y la emigración tradicionalmente occidental, europea, de formación cristiano-católica, hay una diferencia de cultura.

P. Y ahí se producen los estallidos.

R. Muchas veces se preguntan por qué ocurren esos estallidos en los extrarradios. En parte, sólo en parte, por el tráfico de drogas, el paro, por razones objetivas y sociales... Pero en parte también viene porque todas esas masas de emigrantes antiguos (españoles, italianos, polacos, portugueses...) estaban encuadrados por la referencia a la Iglesia católica y al partido comunista... El partido comunista les daba una organización vital y una esperanza que ayudaba a limar conflictos. Hoy la Iglesia católica no juega ningún papel frente a las masas de emigración musulmana. Y el partido comunista, ¿qué papel moderador o estructurador puede jugar? Ninguno. Esas masas de emigrantes están entregadas al choque frontal con una sociedad que objetivamente les repele, les molesta.

P. Así que no hay lo que se podría llamar "un peligro musulmán".

R. No, no lo hay. Hay un cambio estructural profundo en el tipo de emigración, de la inmigración que hay que tener en cuenta. Por eso, pretender resolverlo a golpe de decretos, aunque sean con refrendos populares para prohibir los minaretes, me parece absurdo.

P. Evocó usted la posibilidad de llevar a cabo un proyecto europeo, con Juan Cueto, a partir de una frase que dijo un inmigrante albano rechazado en las costas de Italia: "No importa, al menos ya he visto las luces de Brindisi". Europa ha actuado así, rechazando. Eso la empobrece.

R. Es muy difícil establecer una jerarquía definitiva de la importancia de los problemas que subyacen en Europa, pero este problema lo plantea de forma muy interesante Felipe González en su diálogo publicado en EL PAÍS [Domingo, 22 de noviembre de 2009]. Por un lado, sabemos que Europa necesitará hacia 2030 o 2050, para mantener el mismo nivel de actividad, varias decenas de millones de nuevos europeos, de inmigrantes. Y, por otro lado, Europa no ha decidido hasta ahora una política común, quizá no sólo de la Unión Europea, sino también de países de más allá de la UE que tienen vocación de ser países miembros en los próximos años. Una política común no significa una política de represión. Si Europa quiere seguir al nivel productivo, necesita decenas de millones de nuevos europeos. ¿De dónde van a salir? De Europa no, o de Europa sólo no, sino de la inmigración. Eso hay que preverlo y acordarlo con los países; hay que discriminar positivamente a unos y a otros, hay que acordar con los órganos nacionales o regionales de los países de flujo migratorio cuáles son las condiciones para aceptarlos. Es una condición que no puede quedar al arbitrio de cada país por su cuenta, que actualmente adaptará una política de cerrazón, de discriminación, porque es la más fácil. La más injusta, pero la más fácil también: "No, aquí no entra". Y no entra. Como aquel albanés que se conforma con ver las luces de Brindisi.

P. En aquel diálogo que usted menciona, ¿le inquietó escuchar que González dijera que "hablar de valores es una simpleza. Lo que Europa tiene son intereses"?

R. Creo que en esa frase hay una voluntad provocativa, en el buen sentido de la palabra, intelectualmente provocativa. Que nuestros intereses produzcan valores añadidos, puede ser. Pero nuestro interés es resolver este problema de la inmigración, por ejemplo. Nuestro interés es tener una política energética común que permita evitar crisis con la Rusia post-soviética por el gas... Los intereses de Europa producen valores, pero vamos a reconocerlos como intereses. Europa no es una unión altruista, humanitaria, caritativa; tiene unos intereses que defender: los intereses de la paz entre los pueblos han sido los intereses originarios de Europa.

P. Pero hay valores. Lo dice González, lo dice usted.

R. Creo que en el discurso de Obama al recibir el Nobel de la Paz hay una argumentación muy sólida si se lee tranquilamente su conjunto, con los interrogantes que uno quiera. Creo que hace muy bien en recordar el concepto de la "guerra justa". Hay que recordar que, frente a empresas de expansión totalitaria, Europa perdió mucho tiempo y muchas vidas por intentar aplacar a las potencias fascistas con una política de apaciguamiento. Dentro de ese esquema de "guerra justa", ¿es convincente que la guerra de Afganistán sea justa en ese sentido que proclama Obama? Ahí hay una discusión posible, y es una discusión sobre valores. La guerra justa, sí, pero ¿es la guerra de Afganistán una guerra justa en el sentido que dice Obama? Ahí está el tema abierto para mí.

P. Ahora que nombra Estados Unidos. ¿Tiene que resignarse Europa a que EE UU le marque siempre el rumbo, como si fuera sus propias "luces de Brindisi"?

R. Eso es una cuestión de voluntad política. Es evidente que Europa necesita mantener de forma permanente cierto tipo de alianza democrática con Estados Unidos. Ahora, el problema consiste en que Europa necesita una autonomía de política exterior y de seguridad. Felipe González se plantea la pregunta. La persona que ha sido nombrada para el cargo que tenía Javier Solana, ¿va a limitarse a coordinar políticas nacionales o va a intentar poner en práctica una política europea de verdad? Ése es el dilema. González no es muy optimista, y parece pensar que va a ser sobre todo una coordinación. Si es sólo una coordinación, no basta, desde luego. Esa política autónoma propia puede perfectamente coincidir o ser aliada de una política americana, sobre todo después de la desaparición de Bush, pero tiene que ser autónoma, no tiene que ser seguidista.

P. ¿Y lo aceptará Estados Unidos?

R. No la posición del multilateralismo total, eso es un poco utópico, pero sí la de compartir con Europa. Un funcionario norteamericano decía, de broma: "Cuando quiera hablar con Europa, ¿a quién llamo por teléfono?". Tiene que haber alguien a quien llamar. Tal vez sea Herman van Rompuy el hombre idóneo. Tiene la experiencia de un país destrozado -o casi- por los nacionalismos integristas. Por tanto, una experiencia nacional que le permite tener una visión más abierta y más federal, y no el jacobinismo de otros países europeos; entre otros, Francia. Vamos a ver si nos da una sorpresa.

P. ¿Habría sido bueno que el personaje a llamar hubiera sido Felipe González?

R. Habría sido excelente. Y Felipe González lo sabe, pero no quiere; es uno de los pocos europeos de verdad que quedan en activo, de la gran generación europea en la que había gente tanto de izquierda como de derecha, Kohl-Mitterrand-González, que no eran del mismo origen político. Esa gran generación ha desaparecido.

P. ¿Cómo sería ese gran europeo de hoy?

R. El gran líder europeo de hoy (y mejor que fueran varios) debería ser capaz de hacer algo que he visto hacer a Felipe González. Yo era ministro de Cultura, había habido un Consejo Europeo, González volvía de ese Consejo y en un encuentro particular le pregunté cómo había ido. Me dijo esta frase extraordinaria: "Para nosotros, regular; pero para Europa, muy bien". Un presidente de Gobierno español capaz de distinguir el interés europeo supranacional por encima del interés nacional, en el sentido concreto de la palabra, es el tipo de dirigente que nos hace falta.