Vicente Verdú 04/01/2010
¿Hay vida después de la crisis? O, más exactamente, ¿habrá mejor vida tras la crisis y acabaremos conviniendo en el dictamen de que "no hay mal que por bien no venga"?
Todas las etapas en las que el sistema padeció trastornos graves, los estragos se transformaron después en reconstrucciones e innovaciones radiantes. La diferencia ahora es que las nuevas factorías podrían no ser capaces de absorber a la gran masa de parados ni producir un estímulo económico suficiente para, a través de una mayor recaudación, enjugar los déficits públicos.
La gran depresión de 1929 contó con dos factores para restablecer el equilibrio y potenciarlo: uno fue el desarrollo espectacular de la industria norteamericana. El otro factor, trágico factor, fue la desaparición de 60 millones de personas del mercado de trabajo, muertos en la II Guerra Mundial.
La recuperación europea a través del Plan Marshall permitió un salto en la innovación industrial mediante fábricas de nueva planta y la fuerte recuperación de la actividad brindó un alto aporte de fondos a las Haciendas que, con el Estado de bienestar socialdemócrata, procuró una amplia protección social que dio origen a la formación de una amplia clase media.
Las circunstancias son ahora demasiado diferentes para que la secuencia se repita pero, con todo, el fracaso que ha padecido el sistema es de tal profundidad y de tan vasta extensión que la economía, la cultura y la existencia colectiva en general se ofrecen continuamente al debate.
Para tratar precisamente de estos temas la Fundación Banco Santander convocó el ciclo El mundo que viene: las huellas de la crisis y en el que han participado sociólogos, economistas y periodistas, españoles y extranjeros. La cuestión central consistía en examinar, a partir de los signos ya presentes, qué elementos pudieran flotar en el futuro y sobre cuya posible articulación podría estrenarse un nuevo orden del mundo.
"Allí donde se presenta el peligro surge la salvación" decía Hölderling y, como es notorio, no faltan pronósticos que alientan sobre los horizontes más saludables que emergerán tras la hecatombe.
Casi todos los participantes en este encuentro, fueron desgranando sus gotas de esperanza aunque a veces matizadas de acíbar. Efectivamente, lo más visible de esta encrucijada ha consistido en el retorno del Estado como asidero decisivo contra el despeñamiento masivo. Contra la abusiva tendencia de privatizaciones desde los años setenta vuelve la mano del Gobierno aunque desdichadamente -según Fernando Vallespín, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Madrid- no con tanta amplitud como sería deseable.
Es decir, la repetida invocación a la necesidad de un Gobierno mundial que sobrevuele los destinos del mundo global parece hallarse todavía distante. "Lejos de buscarse una "gobernanza global" como se apuntaba en la primera fase de la globalización, hemos vuelto más bien al esquema de la "cooperación internacional" (entre Estados) y la "geopolítica clásica". Y así, el recurso a los Grupos G, acaban subordinando las organizaciones internacionales a los dictados de unos "pocos Estados". No supone esto que los Estados emergentes queden necesariamente excluidos de las decisiones pero, de momento, parece desvanecerse la idea de una gobernanza supranacional a la manera en que lo ha intentado la Unión Europea.
El otro apunte de Vallespín consiste en la necesidad de resolver el problema político de la distribución de rentas y del poder porque efectivamente todas las anteriores crisis especulativas de la historia contaron con este factor común: el acusado desequilibrio social en las vísperas del estallido de una u otra burbuja.
De ahí se deduce la desconfianza de los pocos en la agitación de los muchos empobrecidos y la desconfianza de los muchos respecto a las maniobras de los superricos. La desconfianza, en fin, que lleva a la bancarrota.
El futuro será más estable y feliz con una política redistributiva eficaz que rescate y promueva el bienestar de una amplia clase media. Pero, a la vez, una acción redistributiva acorde con la visión de una sola Humanidad intercomunicada y en donde la visión de la desigualdad, la injusticia y la miseria se hace ya menos tolerable que nunca.
Por añadidura, según sostiene Óscar Carpintero, profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Valladolid, "a partir de un determinado nivel de desarrollo material no existe ya correlación entre el sucesivo aumento del PIB y un bienestar social mayor puesto que en la mayoría de las personas el bienestar depende de factores psicológicos, posiciones relativas o elementos relacionales que no tienen fácil traducción mercantil y monetaria".
Un lema central sería pues "redistribución" y con ello una explotación también más racional de los recursos naturales. ¿Cómo hacer? "Esto exigirá tiempo, recursos y esfuerzo durante la transición, pero seguramente menos recursos y esfuerzo que otras reconversiones industriales que se han acometido en el pasado y en las que tal vez nos jugásemos menos como sociedad", afirma Carpintero
La extrema desigualdad quiebra el sistema, pero también obstaculiza las llamadas a la cooperación y la colaboración que son ahora la base de la innovación y el conocimiento a través de las "fuentes abiertas" (open sources) en la Red y en sus entornos.
Para el futuro, una enseñanza de la crisis viene a ser que en las acciones globales o ganamos todos o todos perdemos. El win-win o ganancia basada en el provecho de las dos partes que ya han puesto en marcha grandes empresas deber ser una general actitud en la próxima época.
No sólo pues el paradigma económico necesita revisión en lo financiero sino en todos los demás órdenes supranacionales y empresariales. Así, en el campo de la gestión deben introducirse cambios capaces de superar las desconfianzas atávicas entre empleadores y empleados que limitan a las empresas de hoy, sostiene José Luis Marqués, presidente del Consejo Social de la Universidad de Zaragoza. Pero el mismo liderazgo en las unidades productivas habrá de ser menos jerárquico que flexible, menos autoritario dentro del equipo que su "animador".
Con ello la nueva empresa impulsará relaciones más cooperadoras, transparentes y creativas y mejorará, en suma, los ambientes laborales para contribuir a deshacer la idea del trabajo como castigo bíblico para reconstruirlo como un quehacer inseparable del desarrollo personal y profesional.
El contrato del porvenir será -según Marqués- un compromiso recíproco en el que se disipe la frontera entre el empleador y el empleado y se puedan compartir no sólo los objetivos y las preocupaciones sino incluso la propiedad. ¿Cómo lograr esta meta? El empeño es peliagudo pero la solución vendrá -según Marqués- de la educación y la formación a todos los niveles, desde los colegios a la Universidad, desde los medios sindicales a los patronales.
Pero ¿y si no fuera necesario tanto? ¿Y si resulta que esta Gran Crisis no es otra cosa que un bache cíclico más y más tarde todo volverá a ser, más o menos, como antes? Se pregunta el sociólogo Salvador Giner
Efectivamente, antes, en 1929, se hizo patente la necesidad de intervención estatal y esta lección ha quedado incorporada al mundo económico moderno, o posmoderno. Pero ni un paso más. O bien los pasos tendrán que ver, como antaño, con las innovaciones tecnológicas que, en este caso, tienen, sin embargo, un importante distintivo respecto al pasado industrial.
Las nuevas tecnologías son, precisamente, de la información y de la comunicación y ello comporta dos efectos capitales. El primero radica en que, coincidiendo con el gran descrédito de todas las instituciones, desde el poder judicial al Parlamento, desde los medios de comunicación a la cultural, las redes sociales acuden a las orientaciones boca a boca. Una práctica que si de una parte ha reducido drásticamente al intermediario improductivo y dañino, sea político o comercial, de otra parte ha sustituido la función del líder carismático y su poder piramidal, por el poder de los muchos y su fuerza horizontal, la "anarquía armónica", que dice Salvador Pániker. Y todo esto se gesta actualmente, en red, en cooperación, en intercambio de informaciones y suma de poderes.
Con mucha frecuencia, esta nueva sociedad que emerge tras la crisis y tuvo sus raíces en las vísperas, se juzga negativamente. Se juzga negativa y sumariamente porque los patrones de análisis que se aplican a los cambios son patrones adquiridos antes (stock-knowledges), propios de un tiempo anterior y en declive.
La idea de que los sagrados valores fundamentales de antes ya se han perdido, que los líderes han desaparecido y que las referencias se extravían, así como que los chicos no leen ni se sacrifican, pero beben del botellón y se enfrascan en los videojuegos, lleva a diagnosticar el presente como un tiempo de decadencia y, en consecuencia, sólo cabe la palinodia o la nostalgia
De hecho, las lamentaciones que cunden por muchas partes y, especialmente, entre los mayores, son probablemente el efecto de calibrar con un sistema de pesas y medidas obsoleto una realidad distinta. Una realidad que, de este modo, siempre aparecerá aberrada o caótica, incapaz, por tanto, de proporcionar un lenguaje eficiente para hacerse entender, antes y después de la crisis.
Dice el mismo Amin Maalof que "las perturbaciones que sufrimos ahora son efecto del agotamiento cultural y civilizatorio en que vivíamos". Efectivamente. Pero si alguien necesitara más explicaciones académicas sobre el mundo que viene y "las huellas de la crisis" Edgar Morin -según Michel Wieviorka- introdujo ya en 1984 una ciencia, la crisología apoyada en dos factores cruciales.
Un primer factor se denomina "revelador" y el otro "realizador". Por el primero asistimos a una realidad que no conocíamos previamente, por el segundo se desencadena "un movimiento de fuerzas y no únicamente de descomposición, desorganización y destrucción sino fuerzas de transformación que propician el momento decisivo para la innovación, la construcción y las invenciones".
Precisamente dentro del reiterado canto melancólico de los que aman y exaltan siempre el pasado, algunos hablan de cambios "frenéticos" (¿histéricos?, ¿diabólicos?) registrados en los últimos lustros y, según Ángel Castiñeira del Departamento de Ciencias Sociales de ESADE, "cambios frenéticos" hacia un presente y un futuro hiperindividualista.
Todo lo contrario. El hiperindividualismo quedó atrás y lo que prende ahora es la generación colaboradora, participativa presta para sumarse en equipo o en gentío a cualquier acción social valiosa.
El futuro está en la Red. Y la Red lo dice casi todo. No hay conocimiento complejo sin la red de redes, no hay superación del estadio en que se halla el mundo global sin la globalización de las interconexiones, no hay avance en el conocimiento sin the wisdom of crowds, el saber de la muchedumbre.
Todo aquel que trabaja en las vanguardias del progreso tiene estas cosas bien aprendidas, asumidas de la cabeza a los pies.
La poscrisis, en suma, abre las puertas a esta nueva realidad interconectada, ni piramidal ni institucional. Una realidad proteica que se beneficia y crece en la copulación de sus diferencias. La traducción, la interpretación, la mixtura, la fusión, la integración, la cooperación son los términos de nuestro tiempo.