Las vive Obama con frecuencia: los neoconservadores –republicanos o demócratas– lo consideran un racista al revés. No hace mucho, dos estudiantes negros golpearon a uno blanco en un autobús (www.stlto day.com, 15909) y Rush Limbaugh, comentarista radial y peso pesado de los círculos fundamentalistas de derecha, comentó en su programa: “Pienso que el muchacho (blanco) se equivocó, que no sólo fue racismo, sino racismo justificado... quiero decir, él no debía haber estado en ese autobús. Necesitamos autobuses segregados, fue una invasión de espacios. Estos son los EE.UU. de Obama” (mediamatters.org, 16909).
Limbaugh no paró ahí, aunque la Associated Press había ya informado que la policía, luego de investigar el incidente, retiró los cargos de racismo. “En los EE.UU. de Obama, los chicos blancos son golpeados y los negritos aplauden.” Se habló de que este presidente inauguraba “la era post-racial” en EE.UU., pero qué. El 16 de julio pasado, Henry Louis Gates Jr., profesor universitario pero afroamericano, fue detenido en su propia casa cuando se vio obligado a forzar la puerta para entrar (www.theroot.com, 20-7-09). Obama criticó a la policía de Cambridge, declaró que el arresto tenía un tinte racista y lo calificó de “estupidez”. Una ocasión para Limbaugh: opinó que se trataba del caso de “un presidente negro interesado en destruir a un policía blanco”. Un colega de Fox News, Glenn Beck, fue más lejos: acusó a Obama de racista que profesa “un odio profundamente asentado a los blancos o a la cultura blanca” (www.nowpublic.comm, 24709). No explicó qué era la cultura blanca.
Obama sólo tocó el tema una vez a lo largo de su campaña electoral y, aconsejado por su equipo, se mostró luego omiso en la materia: había que ganar el voto blanco. Instalado en la Casa Blanca y salvo el incidente de Gates Jr., el nuevo mandatario despertó disgustos en la comunidad afroamericana. Muchos criticaron su decisión de boicotear la conferencia “Durban II”, que tuvo lugar en Ginebra del 20 al 24 de abril de este año para analizar los avances logrados en las metas que se establecieron en la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, realizada en Durban, Sudáfrica, en el 2001. El mandatario norteamericano alegó que la reunión podría fomentar la formulación de “acusaciones hipócritas” contra Israel (www.haaretz.com, 20-4-09).
Es verdad que el tema palestino-israelí estuvo presente en la primera conferencia, pero la mayoría de los debates versaron sobre Africa, el legado todavía pesante de la esclavitud y las deudas impagas que los países ricos tienen con los países pobres. Finalmente, en el período colonial, el desarrollo del Norte se basó en buena medida en el robo de tierras y riquezas de sus pobladores originarios y en el comercio de esclavos. Los gobiernos africanos y caribeños demandaron dos cosas: el reconocimiento de que la esclavitud y el propio colonialismo son un crimen contra la humanidad y la necesidad de que los países que se beneficiaron con la comisión de ese crimen compensaran los daños cometidos. Muchos señalaron que era “una deuda moral” y, en definitiva, se pedía la implementación de un Plan Marshall para Africa. Los representantes de gobiernos occidentales fruncieron la nariz.
El argumento de las acusaciones contra Israel, que las hubo, encubre otras cuestiones.
Obama visitó Ghana en julio y pronunció un discurso que irritó a los activistas de las comunidades negras: lo consideraron condescendiente. El mandatario afirmó que el futuro de Africa sólo depende de los africanos y que éstos deberían terminar con la excusa de que el colonialismo y el imperialismo son los padres del fracaso económico y de los malos gobiernos del continente (www.washington post.com, 12704). No deja de ser una opinión, más bien una proyección: en materia de excusas –para invadir países, por ejemplo–, quién le gana a la Casa Blanca.
Los 748 mil millones de dólares que Obama destinó a salvar a Wall Street iban a beneficiar a todos los estadounidenses, “negros, morenos y blancos”, dijo. Una declaración acorde con la presunta “era post-racial”. Pero el desempleo en la ciudad de Nueva York en el primer trimestre de este año había echado a la calle a cuatro afroamericanos por cada blanco, aunque los últimos son mayoría en la ciudad (The New York Times, 13-7-09). Los ejecutivos de los bancos salvados por Obama han vuelto a cobrar los mismos sueldos y las mismas bonificaciones de antes de la crisis. El acusado de destruir a los blancos parece dedicarse a lo contrario.