WINSTON MANRIQUE SABOGAL 26/09/2009
Tras su exitoso debut a los 66 años con Firmin, el estadounidense edita El lamento del perezoso: un puzle sobre laberintos de la creación literaria
Cerca de la frontera del frío polar hay una casa de madera de colores caribeños cercada de vegetación y rodeada de silencio. Sólo se escucha la voz grave y baja de un hombre que habla de la dicha y la desdicha de escribir toda la vida sin publicar, hasta que lo logró con 66 años y se topó con el éxito.
El lamento del perezoso.
Sam Savage.
Traducción de Ramón Buenaventura.
Seix Barral. Barcelona, 2009.
270 páginas.
"Creo que en mi cabeza tengo los libros en capas: sólo tengo que escribirlos, quitar los de encima para dar con el buen libro" "No existe la memoria real sino interpretaciones de la memoria. No hay diferencia entre lo que recuerdas o crees recordar"
Lo sorprendió a las afueras de Madison (Wisconsin), en un barrio boscoso de casas de madera de dos aguas y porches tan características del centro de Estados Unidos, conocidas como estilo craftsman. Allí vive Sam Savage, un completo desconocido hasta hace tres años cuando, con Firmin, la fábula de una rata que se va humanizando a medida que devora libros en una librería, ha pasado a las primeras páginas de la narrativa contemporánea de medio mundo. Ahora, con su segunda y esperada novela, El lamento del perezoso (Seix Barral), es cuando Savage echa un vistazo atrás en su vida al saber que hay alguien al otro lado: más de un millón de personas en 14 idiomas que lo han seguido con Firmin, y que pueden aumentar si finalmente es llevada al cine.
Sam Savage se ve sereno ante tanta novedad en este viaje organizado por la editorial Seix Barral. En el salón amarillo de aquella casa, como traída de una playa jamaicana, está sentado en su mecedora de madera con su aspecto de náufrago rescatado, discreto, delgado y con el pelo y la barba blanca ya arregladas. Vive allí con su familia desde hace cuatro años, por ser más apropiada para su hija que tiene una minusvalía, tras haber dejado su natal Carolina del Sur y Charleston.
Pero hasta llegar aquí, su vida ha sido una errancia continua. Ha habido un Savage amante de la poesía, un Savage estudiante de filosofía alemana, un Savage díscolo, un Savage con incesantes preguntas, un Savage en busca de respuestas, un Savage viajero por Europa, un Savage profesor de Filosofía en Yale, un Savage rebelde, un Savage mecánico de bicicletas, un Savage carpintero, un Savage tipógrafo, un Savage desencantado por no dar con su sueño...
Incluso un Savage periodista. Un recuerdo que creía secreto y que lo sorprende y hace reír. Es legado de su madre, que admiraba la literatura y a los corresponsales de prensa. No sabe muy bien dónde quedó esa vocación porque al mismo tiempo empezó a escribir poesía y narrativa. "Quería trabajar en un periódico y lo logré durante seis meses, pero cuando empecé a verlo desde dentro me di cuenta de que no era lo mío. Trabajé como joven ayudante en el departamento editorial. A lo mejor hoy en día pasa lo mismo con los periódicos o las editoriales, que desde fuera son atrayentes, pero ya dentro la percepción cambia".
Eso no le impide revivir por un momento aquella época juvenil y atreverse a dar un titular sobre la vida de una persona apasionada por la literatura pero cuyas búsquedas vitales lo llevan a desempeñar diferentes oficios y trabajos hasta que después de los 60 años publica una novela y triunfa: "Trabajó escribiendo durante 40 años su libro"; y con un sumario: "Todo lo que vivió antes hizo falta para llegar hasta aquí".
Un aquí iniciado en 2006 con la edición de Firmin por parte de una pequeña editorial de Minneapolis, Coffee House. Un año después la editorial española Seix Barral compró los derechos mundiales y desde entonces las recomendaciones de los lectores, iniciadas a través de Internet, no han parado. Sam Savage parece el mismo si se sigue su vida a través de las fotos, antes y después del éxito. Descreído, ausente. En apariencia: "Ahora tengo una confianza que antes no tenía. No es que mi vida haya cambiado radicalmente porque sigo de la misma manera. Lo bueno es que ahora que presento mi segunda novela sé que mis libros van a ser publicados, sé que hay alguien al otro lado, sé que tengo una audiencia y que ya no es un trabajo de escritura tan solitario".
Cuarenta años tardó en editar, cuarenta años en los que ha imaginado y dejado inconclusas varias historias, y, como le ha ocurrido a otros autores que empiezan a publicar ya mayores, tiende a ser prolífico. Firmin lo escribió en seis meses. "Tengo la sensación, seguramente errónea, pero creo que en mi cabeza tengo los libros en capas: uno encima de otros, sólo tengo que escribirlos y necesito quitar los que están encima para realmente llegar al buen libro que sé que hay allí en el fondo. Tengo que escribir estos para dar con él. ¡Ya están escritos, sólo tengo que quitarlos de en medio! Ya están concebidos en mi cabeza. Como las ciudades de Troya que estaban unas encima de otras".
Y como ellas, que una vez descubiertas emergen con un mundo exclusivo en cada persona que las contempla, Savage ha comprobado que los libros trascienden la idea original y el propósito de quien los concibe. Si Firmin puede interpretarse como un homenaje a la lectura, El lamento del perezoso muestra el universo interior de un escritor de provincias, editor de revista literaria, crítico, hijo, esposo, amigo y casero que confluyen en Andrew Whittaker, un hombre a través del cual Savage ha mostrado en este drama con tintes de humor parte de la trastienda de la creación literaria, de sus trampas y sus laberintos. "Es verdad. No lo tenía en la cabeza, pero la novela puede verse así". Reconoce que una vez el autor publica su libro éste pasa a ser del lector: "¡Siempre! Al principio, cuando escribes y acabas un libro, es difícil hablar de él. Ahora, por ejemplo, me resulta más fácil hablar de Firmin, porque hay tanta gente que me ha dado sus puntos de vista, o por las reseñas, que tengo una visión más completa. En cambio, de El lamento del perezoso aún no lo veo todo y me cuesta más hablar de él".
Pero ¿media algo entre la idea y el momento de sentarse a escribir, como, por ejemplo, contárselo a alguien? "No hablo de mis libros. Simplemente trabajo sin un plan. Incluso concibo las historias sin saber cómo van a acabar, sin pensarlas demasiado, fluyen. Necesito el proceso de escritura físico para poder desarrollar el argumento, porque si anticipo mentalmente lo que va a suceder tengo miedo de tirar por un camino inapropiado a la hora de escribir. ¡Y como no tengo plan no tengo plot!".
Imaginación pura. Tampoco es que se trate de una escritura automática. Una prueba reveladora, según él, es que en El lamento del perezoso -estructurada a través de cartas, notas, apuntes y pasajes de una novela que escribe el protagonista con lo que el lector va armando la vida del personaje- empezó la escritura sin nada en la cabeza especialmente, pero cuando escribió la carta donde un hombre le pide al protagonista que arregle el tejado de su vivienda supo que Andrew era el propietario de una casa que estaba en ruina: "Quizá de ahí vino esa idea de algo en descomposición". El retrato de un hombre cuyo mundo íntimo, familiar y creativo se agrieta y derrumba, y que mientras huye en pos de lo que cree su salvación, cada paso y zancada que da lo único que hacen es cimbrear su vida y acelerar su desmoronamiento.
Es una novela en la cual el escritor, el personaje y el lector tienen la misma información y, a través de este puzle, van descubriendo el destino al mismo tiempo. "Es una estructura intencional. Aquí el lector tiene que poner más que el escritor porque debe imaginarse cosas que insinúan las cartas. Debe complementar y terminar la novela, hacer los acabados. Andrew tiene una vida pero pretende tener otras o ser otras personas. Intenta ponerse máscaras. A lo largo de la novela nos vamos dando cuenta de que debajo de esas máscaras no hay nada; y cuando él lo descubre lo escribe convirtiendo ese reconocimiento en una liberación".
Asoma ahí un hilo que parece conectar sus dos novelas, y éstas con su vida real. Los personajes de Savage comparten un punto: seres en la periferia personal e intelectual, excluidos, angustiados por sus propios sueños. Incomprendidos que quieren hacerse oír. La nueva novela puede ser vista como dos caras de la misma moneda: mientras Firmin, la rata, se va humanizando con los libros, Andrew, el escritor, se va apocando y marginando a medida que aumentan sus estrategias para obtener notoriedad. Ambos tienen el sentimiento de estar atrapados en mundos que no les corresponden.
Sam Savage sabe lo que es entrar y salir toda su vida de mundos diferentes, de sueños inacabados. Ahora, con 69 años, parece estar en su sitio de escritor reconocido y popular, pero alejado de las veleidades y mundillos literarios. Está cómodo al vaivén lento de su mecedora a cuyos brazos se aferra por instantes con sus grandes manos, mientras sus ojos azules asustadizos lo miran todo, ajeno al fresco que le regala detrás un ventilador blanco y mudo.
El lamento del perezoso deja entrever una crítica a cierta vanidad o displicencia del mundo de los escritores, de las editoriales y de las publicaciones literarias. Y también a los egos enormes, aunque Sam Savage crea que los grandes autores no tienen egos desproporcionados. "Pero comprendo que mi novela pueda verse así".
Lo dice un novelista que reconoce que lee poca literatura contemporánea desde hace casi 40 años, lo cual le impide dar una opinión sobre lo que se escribe hoy. "Normalmente son autores más jóvenes que yo y es difícil juzgar a escritores de otra generación. No es justo". En cambio, recomienda a narradores como William Gaddis, Peter Matthiessen y Gilbert Sorrentino. Tres creadores poco populares. "Muy difíciles de traducir. El hijo de Sorrentino, Christopher, también ha escrito una novela, y dice que su padre nunca estaba seguro de si el libro que escribía se iba a publicar. No supo lo que yo sé ahora: que al otro lado tengo quien me escuche".
Misterios de la conexión con los lectores. Una clave para todos podría estar en el consejo que Andrew, el protagonista de El lamento del perezoso, le escribe a su madre en la residencia de ancianos: "La gente se aburre porque no se fija en los detalles". Una frase que Savage comparte: "Todo está en los detalles. Alguien muy bueno podría escribir una novela sin salir de esta habitación. Pero parece que en los últimos años se ha impuesto, al menos en Estados Unidos, que un libro importante debe tener acontecimientos trascendentales, guerras o asesinatos. Sin embargo, lo que hace importante una novela no son sus acontecimientos necesariamente, los detalles son clave. Hay grandes novelas en la historia sin un evento detrás. Pero hoy todo el mundo quiere escribir la gran obra del Holocausto o que defina el mundo".
Es el momento en que el Savage escritor empieza a dar paso al Savage pensador. Sin aspavientos. Con la misma voz pausada y un poco débil, a causa de una enfermedad pulmonar. Un hombre vestido de azul y cámel, que tiene delante un ventanal por donde ve un día celeste y muy luminoso que quizá le recuerda la Carolina del Sur de vientos atlánticos más cálidos y no estos enfriados por el lago Michigan, incluso en verano.
La memoria, el recuerdo y los hechos del pasado es un tema que le interesa en su segunda novela, derivado de una situación inquietante: Andrew dice no tener recuerdos de la infancia porque no tiene fotos. ¿No es una trampa, acaso, que el pasado y los recuerdos de hoy existan en la medida en que haya fotos o vídeos? "Uno nunca recuerda lo que pasó. Uno recuerda lo que recuerda. En ese sentido, seguramente, las fotos e imágenes ayudan a dar forma al pasado. Tú recuerdas tu pasado, y el pasado de lo que habrá de ser tu futuro. Es decir, las cosas que sucederán en el futuro tienen sentido en la manera en que recuerdas ese pasado. Como cuando un escritor mira atrás y ve las cosas que le hicieron escritor, pero si, por ejemplo, termina siendo asesino, recordará las cosas que lo fueron llevando a ser un asesino".
El pasado hecho un trampantojo. Y Savage deja de mecerse para decir: "No existe la memoria real, sino interpretaciones de la memoria. Nosotros interpretamos lo que vemos, y de alguna manera cuando vemos una fotografía nos ayuda a interpretar nuestros recuerdos. A veces hay diferencia entre la memoria individual y colectiva, según la teoría de Wittgenstein, si recuerdas una cosa o crees que las has recordado no es diferente de que pensaste eso o creíste haberlo pensado. No hay diferencia entre recordar algo o creer que lo has recordado".
Un breve silencio sigue a estas palabras de Sam Savage, que concluye diciendo que el filósofo que más convendría a este mundo contemporáneo es Ludwig Wittgenstein "porque vio los límites del pensamiento". Y vuelve a mecerse cadencioso en su silla de madera mientras sus ojos asustadizos recuerdan al Savage náufrago y disperso que lo trajo hasta aquí y que sigue escuchando una voz que ya le dicta su tercera novela.