Sabino Bastidas Colinas 10/11/2009
En México está avanzando el fenómeno de los paramilitares y las fuerzas privadas de seguridad, a ciencia, paciencia y negligencia de demócratas, y con el impulso de un emergente tipo de políticos que, bajo la fachada de un discurso democrático, actúan de manera autoritaria. Los llamamos de manera tentativa: parademócratas.
La Real Academia de la Lengua española autoriza el uso del prefijo "para" con el propósito de señalar algo que está: "junto a", "al margen de" o "contra".
Los parademócratas que están surgiendo en México son actores políticos, que simulan ser demócratas, manejan y argumentan una legitimidad democrática, asumen un discurso democrático, pero que no son demócratas. Son políticos que dañan a la democracia, y que la ven de manera instrumental y utilitaria, no se ajustan a sus reglas, operan en el límite, abusando de las libertades de la democracia, lastimándola y erosionándola. Son políticos que actúan en la democracia y desde la democracia, en contra de la democracia.
Pensándolo con cuidado, tenemos en México muchos casos de políticos, tanto de izquierda como de derecha, que podrían ajustarse al concepto. Personajes que participan de los beneficios de la democracia, pero que no son capaces de asumir éticamente los deberes y las cargas de un comportamiento realmente democrático. Simuladores de la democracia. Usufructuarios pícaros de la democracia. Estoy seguro que en este momento, usted ya está pensando en varios. Hay muchos parademócratas en México y en toda América Latina.
En México un caso reciente pone al descubierto un buen ejemplo, paradigmático creo yo, del surgimiento de esta categoría de políticos: los parademócratas, y muestra sobre todo, los riesgos que este fenómeno y los retos que impone a los demócratas de verdad.
La que le voy a contar es una historia de terror y de suspenso. Un episodio, francamente mafioso. Un pasaje que fascinaría a Mario Puzo y a Francis Ford Coppola, para continuar la saga de El Padrino.
La escena se desarrolla un día antes del día de muertos, en México, en el contexto la guerra contra el narcotráfico.Es la ceremonia de toma de posesión del nuevo alcalde San Pedro Garza García, en el norteño Estado de Nuevo León, uno de los Municipio más ricos y desarrollados del país, en el que viven varias familias de los dueños de algunos de los grupos industriales, financieros y empresariales más poderosos e importantes del país.
El nuevo alcalde es del PAN, del partido del Presidente de la República y se llama Mauricio Fernández, ex Senador de la República, un hombre rico, empresario, que había sido amenazado por grupos mafiosos a lo largo de su campaña, en la que se ha visto inmerso en sonados escándalos por sus tronantes y estridentes declaraciones en contra de la estrategia gubernamental para combatir al crimen organizado.
Cerca de las doce del día, al pronunciar su discurso de toma de posesión, el nuevo alcalde revela, en el clímax de la escena, que el capo que lo había amenazado y a quien se consideraba el cabecilla de la mafia de secuestradores en San Pedro Garza García, había amanecido muerto en el Distrito Federal. Y efectivamente, según los diarios nacionales, unas horas después, las autoridades de la ciudad de México, encontraron una camioneta, perfectamente limpia, sin rastro o huella dactilar alguna, con placas del Estado de Nuevo León, con cuatro cadáveres. Se trataba en efecto de los delincuentes que habían amenazado al edil. ¿Qué pasó? ¿Cómo supo? ¿Quién lo hizo?
El problema de esta escena es que se trata de una historia de la vida real. Que no es ficción. Que los ciudadanos no veremos al final de la película, ni los créditos y ni la palabra fin. Pero la historia no acaba ahí. Al hecho que ocupa las primeras planas de los diarios nacionales, vienen las declaraciones y las explicaciones de Mauricio Fernández. En ellas, el alcalde deja correr la duda y las especulaciones. Da a entender que es un tipo duro. Que actuará de manera enérgica. Que su trabajo es resolver "broncas" (problemas en México). Deja correr el mito. Construye un discurso de vengador y justiciero. Se comporta como una especie de "superhéroe" de tira cómica, que viene a limpiar la ciudad.
Pero lo más grave: anuncia y reitera en varias ocasiones, con total claridad, que en su estrategia contra el crimen organizado, utilizará, al margen de la ley y sin importar el alcance de sus facultades, "grupos de limpieza". Grupos de inteligencia y actores rudos, de elite, civiles, para detener a los delincuentes. Anuncia de manera clara el uso de paramilitares, para enfrentar la lucha contra la delincuencia organizada.
Los ciudadanos nos quedamos absortos, pasmados. Los comunicadores que lo entrevistaban se quedaban sin argumentos ante la fanfarronería, el cinismo y la gravedad de semejantes declaraciones.
Ante esos hechos y semejantes dichos, no funcionaron de inmediato los controles y los contrapesos de la democracia. La clase política de todos los partidos calló. Se trata de un hombre rico, representante de poderosos intereses económicos y prevaleció el cálculo político frente a los principios.
Los demócratas callaron. Un gran silencio. Tibios reproches. Solo algunos medios. Moderados cuestionamientos. Pocos comentaristas. Lo dejaron correr y el nuevo alcalde, envalentonado, seguía en los medios, con injurias, malos modos e improperios, reiterando su propuesta, retando a la democracia y al estado de derecho, con un discurso populista, que tristemente, y eso es lo más grave, hizo eco y obtuvo la simpatía de muchos ciudadanos.
En los programas de radio, se escucharon las voces de mucha gente, que ante el miedo cotidiano por la violencia generada por la delincuencia organizada, aplaudían el discurso autoritario del alcalde de Garza García. Saludaban la ramplona idea de los grupos paramilitares para "matar" a los delincuentes y festejaban la propuesta de crear grupos de elite para "limpiar" la ciudad de las mafias.
Una triste fe en la existencia de héroes de tira cómica. La ciudadanía desesperada se aferraba ante "la última esperanza" frente al fracaso del Estado y de las autoridades. El extraño sueño de un pueblo que parece creer que es posible el surgimiento de un superhéroe, una especie de Batman, Hombre Araña o Superman tropical, que, al margen de la ley, sea capaz de acabar con los criminales y delincuentes. Un gran reflejo del miedo y la desesperación.
Una actitud lastimosa, triste e irreal. Un ambiente perfecto para las medidas extremas y las regresiones autoritarias. El clima ideal, el entorno perfecto, para la derrota de la democracia.
El gobierno del Presidente Calderón tardó varios días en que se escucharan las primeras declaraciones de su gobierno reprochando el hecho. Cinco días después del discurso del sonado alcalde, aparecieron las primeras declaraciones del Secretario de Gobernación, (el titular del Ministerio del interior) apelando al estado de derecho. Y varias horas después, se escucharon tímidas y tibias, frías y fuera de contexto, las voces del Presidente del PAN, del Presidente electo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y de otros funcionarios. Solo declaraciones.
Un Presidente Municipal anuncia el uso de grupos paramilitares, detalla la existencia de grupos de inteligencia y de limpieza al margen de la ley y el personaje, hoy, sigue en su puesto.
El anuncio formal de la existencia de grupos paramilitares organizados por parademócratas nos lleva simplemente a una etapa abierta, pública y cínica de un fenómeno grave que está avanzando en México.
La existencia de grupos paramilitares, ciudadanos armados y guardias privadas, es un fenómeno en marcha. Un proceso soterrado, silencioso, hasta ahora discreto, con muchas caras y expresiones. Fuera de todo cálculo de las autoridades y al margen de cualquier control institucional o gubernamental, hay ganaderos, agricultores, industriales y empresarios, que preparan y arman a grupos privados de seguridad, para defender sus intereses y proteger sus propiedades.
Crecen los grupos y servicios de seguridad privada, que venden servicios para protegerse de los secuestros y defender a los ciudadanos de la delincuencia organizada. Abundan escoltas, guardaespaldas, automóviles blindados, sin placas y con vidrios polarizados, hombres armados que se muestran a la luz del día, en las principales ciudades del país.
Los paramilitares formales de Mauricio Fernández, son la expresión cínica abierta y pública, de un fenómeno que sabemos, que conocemos. Es el anuncio formal de la existencia de esos grupos, sólo que ahora, más grave, se revelan actuando desde las instituciones de la democracia.
La tolerancia y la simpatía de la gente, la lentitud de las autoridades y el silencio de los demócratas, hace que los paramilitares de los parademócratas, sea un hecho preocupante y la promesa de tiempos peores.
Cuidado. Hay hechos que no debemos dejar pasar. No nos hemos indignado lo suficiente. Si no reaccionamos y si no actuamos a tiempo y con mayor energía, si no reprobamos y rechazamos este tipo de episodios, si no hacemos mucho más, sencillamente, la democracia se nos va a escurrir como arena entre las manos.
Sabino Bastidas Colinas es analista político