Las relaciones bilaterales entre Brasil y Argentina se someten hoy a un nuevo examen. La presidenta del país austral, Cristina Fernández de Kirchner, y su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, se reúnen en Brasilia para buscar una salida al último contencioso comercial que ha vuelto a enrarecer la atmósfera entre ambos países.
Brasil impuso el pasado octubre licencias no automáticas (barreras aduaneras) a varios productos perecederos argentinos que hasta la fecha entraban en su territorio sin restricciones. El efecto práctico de la medida fue que cientos de camiones argentinos cargados con harina de trigo, verduras, frutas y pienso para animales permanecieron bloqueados en la frontera sur de Brasil. Argentina puso el grito en el cielo porque la decisión fue adoptada sin previo aviso de las autoridades brasileñas.
Según explicó recientemente el asesor de Asuntos Internacionales de Lula, Marco Aurelio García, "el Gobierno brasileño ha evitado establecer cualquier tipo de restricción a los productos argentinos". García recordó que, a principios de año, Lula llegó a desautorizar un plan de restricciones aduaneras puesto en marcha por su Gobierno para frenar la entrada de 3.000 productos en Brasil, entre ellos muchos argentinos. El presidente brasileño critica en todos los foros económicos y comerciales las restricciones arancelarias al comercio internacional y aún ve con malos ojos la decisión adoptada por Argentina de imponer licencias no automáticas a muchos productos brasileños, como las manufacturas.
Ante la falta de flexibilización de las trabas aduaneras argentinas, que ya duran más de un año y que Buenos Aires justifica apelando a una balanza comercial demasiado favorable para Brasil y a la frágil situación por la que atraviesa su industria nacional en plena crisis, Brasil decidió en octubre aplicar por primera vez a rajatabla el principio de reciprocidad. Hasta tal punto, que Brasilia le cortó el paso a los camiones argentinos sin informar antes de su decisión a las autoridades del país vecino. El Gobierno argentino, que tachó la medida de inaceptable, esgrime que las restricciones impuestas a productos brasileños (que afectan al 14% de las exportaciones del gigante suramericano a Argentina) siempre han sido previamente comunicadas a Brasilia. El malestar llegó al extremo de que Argentina convocó al embajador brasileño en Buenos Aires para pedirle explicaciones y trasladarle su enfado.
Los ministros de Exteriores de Brasil y Argentina, Celso Amorim y Jorge Taiana, respectivamente, se reunieron en Río de Janeiro la semana pasada para rebajar el voltaje del contencioso, aunque no llegaron a ninguna solución concreta. Los buenos propósitos de los Gobiernos para superar la gresca se ven condicionados permanentemente por sus respectivos sectores industriales, que exigen mano dura con los productos de importación y un mayor proteccionismo para determinados mercados. En el caso brasileño, la todopoderosa industria de São Paulo tiene la capacidad de poner al Gobierno contra las cuerdas en determinados asuntos, como los comerciales.
El volumen del comercio bilateral entre Argentina y Brasil ha caído un 30% tras el impacto de la crisis global en sus economías, principalmente en la primera. En 2008, los intercambios comerciales llegaron a contabilizar 31.000 millones de dólares (algo más de 20.000 millones de euros), de los que 17.600 millones (11.700 millones de euros) correspondieron a exportaciones brasileñas. Estos números desvirtúan uno de los argumentos que Cristina Fernández emplea como caballo de batalla para justificar las restricciones a Brasil: una presunta balanza comercial bilateral excesivamente deficitaria para Argentina Colored Contact Lenses.
Brasil es un país que aplica históricamente una política de buena vecindad con todos los países suramericanos, aunque ahora también asume su papel de potencia regional. En este sentido, hay antecedentes recientes en los que los intereses económicos brasileños se han visto perjudicados en contenciosos con Ecuador, Bolivia o Paraguay. En los dos primeros casos, Brasil ha sido irreductible a la hora de defender sus posiciones. También lo es actualmente con EE UU, con el que mantiene un pulso comercial desencadenado por las subvenciones a la exportación de algodón que mantiene el Gobierno de Washington.