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17/02/2010 El último de la ¿qué?

Quim Monzó | 17/02/2010 | 

The Daily Telegraph publicó el sábado la noticia de los planes del Gobierno británico en relación con el examen que desde el 2005 deben pasar los inmigrantes que quieren obtener la ciudadanía. Es una prueba que se realiza en centros distribuidos a lo largo y ancho del país, con preguntas cívicas y culturales. Ahora han decidido añadir una nueva lección: la cola, la hilera que hay que mantener cuando se espera algo. Con las excepciones que ustedes quieran, en el mundo anglosajón las colas son algo sagrado y sólo a un loco se le ocurriría saltárselas.

Los que se encargan de la formación de los futuros ciudadanos británicos explican que buena parte de la tensión que hay entre indígenas e inmigrantes se debe a que estos vienen de países donde nunca aprendieron a guardar una cola. El ministro de Inmigración dice que no es culpa de ellos, y que ese comportamiento se debe a que, en países pobres, a veces la única manera de conseguir lo que quieres es abriéndote paso a codazos: "Una de las cosas que mantiene unido a nuestro país es el simple acto de respetar el turno. Es muy importante que los recién llegados sepan guardar una cola, sea para coger el autobús o para conseguir una taza de té".

Recuerdo cuando, en Nueva York, a principios de los ochenta me parecían admirables las filas largas y pulcras de mi sucursal del Metropolitan Savings Bank, la caja de ahorros donde tenía mi dinero. Avanzaban lentamente, serpenteantes pero inquebrantables, con un respeto superior al que entonces les teníamos aquí. Pero es que, desde los ochenta, la cosa aquí ha degenerado bastante. En algunos lugares aún hay colas ordenadas, pero en general parece como si formar una fuese algo degradante. A ello han contribuido, seguro, los expendedores de números de turno (que hacen que la gente coja el suyo y pasee por la tienda), pero también la mala educación creciente. En la copistería Copytop de la avenida Mistral, en una ocasión tuve problemas porque no sólo no se forma una cola ordenada sino que, al preguntar quién es el último, nadie contesta. En los años que hace que frecuento la sucursal de Caixa Catalunya de la calle Cardenal Reig nunca he visto una fila bien formada. Un hombre se sienta en una silla, una mujer está cinco metros más allá, apoyada en la pared, otro hombre pasea desganado... ¿Es eso una cola o una obra de Ionesco? En Gran Bretaña no sé, pero aquí inmigrantes e indígenas compiten por ver quién menosprecia más las filas. Es una forma de demostrar su rebeldía, seguro. Un día que le comenté a un señor lo absurdo de la cola en la que estábamos –cada uno por su lado–, me contestó: "Lo que faltaba. ¡A mí me van a obligar ahora a ponerme en fila india, como los borregos!". Para mí que no se daba cuenta de que, precisamente, los borregos son incapaces de formar una cola y de mantenerla como es debido.